Abrázame fuerte
«Amor» tal vez sea la palabra más usada y más potente de nuestro idioma. Escribimos tratados sobre el tema, le dedicamos poemas. Cantamos sobre él y nos esforzamos por tenerlo. Declaramos guerras en su nombre y le erigimos monumentos. Volamos hasta el cielo cuando lo declaramos y nos desplomamos cuando termina. Pensamos en él y hablamos de él, interminablemente. Para bien o para mal, en el siglo XXI, la relación amorosa ha llegado a ser la relación emocional básica en la vida de la mayoría de personas. Las experiencias tempranas de un individuo suelen influir en la calidad de las posteriores relaciones, la calidad de las relaciones interpersonales es un determinante fundamental del bienestar subjetivo. Pero ¿qué es en realidad el amor?
Hay amores y amores... hay un amor que guarda en su propio corazón la vida del otro, lleva la vida del otro como un tesoro en el propio corazón. Un corazón que vibra junto al otro. Amar es una forma de acompañar al otro, de custodiar, atender, cuidar, preservar, conservar, proteger... con delicadeza y respeto la vida del otro. Un amor tejido con mimbres como la escucha atenta del corazón, silencio, quietud, gratuidad, generosidad, empatía, compasión (con-pasión)... un amor firme que confía, confía convencido de que en el corazón del otro existe una sabiduría propia que le permitirá iluminar los pasos de su propio camino (ideas inspiradas en charla de Mar Galceran Peiró: "Escoltar amb l'orella del cor" - ver aquí - ). A través de las vivencias y el sentir de la autora del poema, mi abrazo empáticamente solidario a quien en grave dificultad lo necesite.
fràgil i delicada,
que fins i tot la meva
carícia podria fer-te mal.
Tan sols un escalf
des de la llunyania
podria confortar-te
i alimentar, lentament en tu,
l'anhel d'una nova abraçada.
Molt sovint les ferides
necessiten de la distància
afectuosa per a guarir-se.
Mar Galceran Peiró
frágil y delicada,
que incluso mi caricia
podría hacerte daño.
Tan sólo una cálida caricia
desde la lejanía
podría confortarte
y alimentar, lentamente en ti,
el anhelo de un nuevo abrazo.
Muy a menudo las heridas
necesitan de la distancia
afectuosa para curarse.
Mar Galceran Peiró

S. JOHNSON (*), psicóloga clínica, terapeuta de parejas y escritora
- El amor es una cuestión de apego y vinculación emocional.
- Tiene que ver con nuestra necesidad innata de tener a alguien en quien confiar, en quien apoyarse, un ser querido que pueda ofrecerte conexión y consuelo emocional fiable.
- Son emociones que forman parte de un programa de supervivencia establecido por millones de años de evolución. No hay forma de eludir esas emociones y esas necesidades sin traicionarnos a nosotros mismos y hacernos daño.
- El amor es, en realidad, la cúspide de la evolución, el mecanismo de supervivencia más apasionante de la especie humana.
- El amor, un vínculo emocional encaminado a conseguir sustento, consuelo, protección.
- El amor nos lleva a crear lazos emocionales con unos pocos individuos elegidos que nos ofrecen un refugio seguro ante las tormentas de la vida.
- Es tan básico para la vida, la salud y la felicidad como los impulsos de la comida, el techo o el sexo.
- Todos los que poblamos este planeta tenemos la misma necesidad básica de conexión.
- La respuesta amorosa constituye los cimientos de una sociedad verdaderamente compasiva y civilizada.
- El amor tiene una inmensa capacidad para ayudar a curar las devastadoras heridas que a veces la vida nos inflige. El amor también potencia nuestro sentido de la conexión con el mundo a mayor escala.
- Ser capaz, «de la cuna a la tumba», de recurrir a otros para pedir apoyo emocional no es signo de debilidad e inmadurez sino una señal y fuente de fortaleza, también entre los adultos.
- Las conexiones amorosas positivas con los demás nos protegen del estrés y nos ayudan a defendernos mejor de los desafíos y los traumas de la vida.
- El contacto con una pareja amorosa actúa literalmente como amortiguador contra la conmoción, el estrés y el dolor.
Introducción
Siempre me he sentido fascinada por las relaciones. Pero el centro de atención de mis años jóvenes fue el matrimonio de mis padres. Fui testigo impotente de cómo destruían su matrimonio y se destruían a sí mismos. Sin embargo, sabía que se amaban profundamente. Mi reacción al dolor de mis padres fue jurar que nunca me casaría. Decidí que el amor romántico era una ilusión y una trampa. Estaba mejor sola, libre y sin trabas. Pero, por supuesto, entonces me enamoré y me casé. El amor me arrastró consigo por mucho que yo lo alejara de mí.
¿Qué era aquella emoción misteriosa y potente que derrotaba a mis padres, me complicaba a mí la vida y parecía ser el motivo principal de la alegría y el sufrimiento de tantos de nosotros? ¿Existía un camino que atravesara el laberinto hasta el amor duradero? Al parecer, el amor era una cuestión hecha de innegociables. No se puede negociar para conseguir compasión o conexión. Estas no son reacciones intelectuales; son respuestas emocionales.
A medida que observaba a las parejas fui entendiendo que había momentos emocionales positivos y negativos que definían cada relación. Con la ayuda de mi director de tesis comencé a desarrollar una nueva terapia de pareja, una terapia basada en esos momentos. La llamamos Terapia Focalizada en las Emociones, TFE. Los resultados de la TFE fueron asombrosamente positivos, mejores que los de la terapia de conducta o que los de los que no habían recibido terapia. A pesar de este éxito, me di cuenta de que no entendía el drama emocional que enfrentaba a mis parejas. Estaba recorriendo el laberinto del amor, pero todavía no había llegado a su centro. Me hacía mil preguntas. Muchos terapeutas creen que las relaciones amorosas sanas solo son negociaciones racionales. Si las relaciones amorosas no son negociaciones, ¿qué son?» Oh, son vínculos emocionales. Están relacionadas con la necesidad innata de conexiones emocionales seguras. Lo mismo que [el psiquiatra británico] John Bowlby dice en su teoría del apego refiriéndose a madres e hijos. Con los adultos pasa exactamente lo mismo».
Me di cuenta que el amor romántico era una cuestión de apego y vinculación emocional. Tenía que ver con nuestra necesidad innata de tener a alguien de quien depender, un ser querido que pueda ofrecer conexión y consuelo emocional fiable. Estaba segura de haber descubierto, o redescubierto, de qué iba el amor y cómo podemos repararlo y hacerlo más duradero. Una vez que empecé a utilizar el marco del apego y la vinculación, vi el drama que rodeaba a las parejas con problemas con mucha más claridad. Entendí que en esos dramas nos encontramos acorralados por emociones que son parte de un programa de supervivencia establecido por millones de años de evolución. No hay forma de eludir esas emociones y esas necesidades sin traicionarnos a nosotros mismos y hacernos daño. Comprendí que lo que le estaba faltando a la terapia de pareja y a la educación era una visión científica clara del amor.
El mensaje de la TFE es sencillo: olvidarse de aprender a discutir mejor, de analizar nuestra primera infancia, de hacer grandes gestos románticos o de experimentar nuevas posturas sexuales. En vez de eso, reconocer y admitir que uno está emocionalmente unido a y es dependiente de su pareja de una manera muy similar a como un niño o una niña lo está a su padre o madre para conseguir sustento, consuelo y protección. Los apegos del adulto puede que sean más recíprocos y estén menos centrados en el contacto físico, pero la naturaleza del vínculo emocional es la misma. La TFE se centra en crear y fortalecer este vínculo emocional entre las parejas mediante la identificación y la transformación de momentos clave que fomentan la relación amorosa de un adulto: estar abierto, sintonizado y responderse el uno al otro. Hoy en día, la TFE está revolucionando la terapia de pareja. Me han pedido insistentemente que hiciera una versión más sencilla y popular de la TFE, que las personas corrientes pudieran leer y aplicar por sí mismas.
Abrázame fuerte está concebido para ser utilizado por todas las parejas que buscan un amor para toda la vida. Todos los que poblamos este planeta tenemos la misma necesidad básica de conexión. He dividido el libro en tres partes. La Primera parte responde a la eterna pregunta: «¿Qué es el amor?». Explica que, con frecuencia, caemos en la desconexión y perdemos el amor y sintetiza la espectacular explosión que ha experimentado recientemente la investigación de estas relaciones íntimas. Por fin estamos construyendo una ciencia de las relaciones amorosas. Estamos trazando el mapa de cómo nuestras conversaciones y nuestros actos reflejan nuestros miedos y necesidades más profundos y cómo edifican o derrumban nuestras conexiones más preciadas con los otros. En este libro se ofrece a las parejas un mundo nuevo, un nuevo entendimiento de cómo amar y amar bien. La Segunda parte es la versión esencial de la TFE. Presenta siete conversaciones que capturan los momentos determinantes de una relación amorosa y le enseña a dar forma a esos momentos para crear un vínculo seguro y duradero. La Tercera parte trata del poder del amor. El amor tiene una inmensa capacidad para ayudar a curar las devastadoras heridas que a veces la vida nos inflige. El amor también potencia nuestro sentido de la conexión con el mundo a mayor escala. La respuesta amorosa constituye los cimientos de una sociedad verdaderamente compasiva y civilizada.
Todos vivimos el drama de la conexión y la desconexión. Ahora podemos hacerlo entendiéndolo mejor. «El amor es todo lo que se dice de él… –ha escrito Erica Jong–. Merece verdaderamente la pena luchar por él, ser valiente por él, arriesgarlo todo por él. Y el problema es que, si no arriesgas nada, el riesgo que corres es todavía mayor.» No podría estar más de acuerdo.
Amor: una nueva visión revolucionaria
Vivimos al cobijo de los demás. Dicho celta
«Amor» tal vez sea la palabra más usada y más potente de nuestro idioma. Escribimos tratados sobre el tema, le dedicamos poemas. Cantamos sobre él y nos esforzamos por tenerlo. Declaramos guerras en su nombre (recordemos a Helena de Troya) y le erigimos monumentos (como el Taj Mahal). Volamos hasta el cielo cuando lo declaramos («¡Te amo!») y nos desplomamos cuando termina («¡Ya no te amo!»). Pensamos en él y hablamos de él, interminablemente. Pero ¿qué es en realidad?
Expertos y especialistas se han esforzado por definirlo y comprenderlo durante siglos. Para algunos observadores, el amor es una alianza de beneficio mutuo basada en el intercambio de favores, una transacción en la que se da y se recibe. Para otros, una estrategia para asegurar la trasmisión de genes y para la cría de los descendientes. Pero para la mayoría de la gente, el amor ha sido y sigue siendo una emoción mística escurridiza, que se puede describir pero que se resiste a ser definida. Hoy no podemos permitirnos definir el amor como una fuerza misteriosa inabarcable para nuestra comprensión. Se ha convertido en algo demasiado importante. Para bien o para mal, en el siglo XXI, la relación amorosa ha llegado a ser la relación emocional básica en la vida de la mayoría. Uno de los motivos es que vivimos en un aislamiento social cada vez mayor. La mayoría de nosotros ya no vivimos en comunidades solidarias con las familias de sangre y los amigos de la infancia al alcance de la mano. Trabajamos cada vez más y más horas, nos tenemos que desplazar a distancias cada vez más grandes y así tenemos cada vez menos oportunidades de desarrollar relaciones sólidas. La mayoría de los entrevistados en una encuesta confirmaban que el número de personas de su círculo de confianza iba disminuyendo, y un número creciente declaraba que no tenían absolutamente a nadie a quien confiarse.
Es inevitable que ahora pidamos a nuestras parejas la conexión emocional y el sentido de pertenencia que mi abuela obtenía de todo el pueblo. De manera que no debería sorprendernos que las personas que han sido encuestadas recientemente en los Estados Unidos y Canadá califiquen una relación amorosa satisfactoria como su objetivo número uno, por delante del éxito económico o una carrera profesional prestigiosa. Por consiguiente, es preceptivo que comprendamos lo que es el amor, cómo construirlo y cómo hacer que dure. Afortunadamente, a lo largo de las dos últimas décadas ha estado surgiendo un emocionante y revolucionario concepto nuevo del amor.
Ahora sabemos que el amor es, en realidad, la cúspide de la evolución, el mecanismo de supervivencia más apasionante de la especie humana. No porque nos induzca a aparearnos y a reproducirnos. ¡Somos muy capaces de aparearnos sin amor! Sino porque el amor nos lleva a crear lazos emocionales con unos pocos individuos elegidos que nos ofrecen un refugio seguro ante las tormentas de la vida. El amor es nuestro baluarte, destinado a proporcionarnos protección emocional de manera que podamos hacer frente a los altibajos de la existencia. Este impulso hacia el apego emocional (a encontrar a alguien a quien podamos recurrir y decirle «Abrázame fuerte») está integrado en nuestros genes y en nuestros cuerpos. Es tan básico para la vida, la salud y la felicidad como los impulsos de la comida, el techo o el sexo. Necesitamos apegos emocionales con unos cuantos congéneres irreemplazables para estar física y mentalmente sanos, para sobrevivir.
Una nueva teoría del apego
Las claves sobre el verdadero propósito del amor llevan circulando mucho tiempo. Ya en 1760, un obispo español escribió a sus superiores en Roma para informarles de que los niños acogidos en las inclusas, a pesar de tener un techo sobre sus cabezas y estar alimentados, a menudo «morían de pena». En las décadas de 1930 y 1940, en los pasillos de los hospitales norteamericanos, los niños huérfanos, solo privados de contacto físico y emocional, morían en masa. También los psiquiatras empezaron a identificar a niños que estaban sanos físicamente pero que parecían indiferentes, insensibles e incapaces de relacionarse con otros. En la década de 1940, el analista norteamericano René Spitz acuñó la expresión «fallo en el crecimiento» aplicada a las criaturas que, separadas de sus padres, sufren de una tristeza debilitante.
Pero sería John Bowlby, un psiquiatra inglés, quien descubriera exactamente lo que estaba pasando. Tejió una coherente y magistral teoría del apego. Nacido en 1907, la vida de Bowlby rompió con la tradición cuando se presentó voluntario para trabajar en las innovadoras residencias para niños emocionalmente inadaptados. Estas residencias se centraban en ofrecer apoyo emocional más que en la habitual disciplina severa. Bowlby se rebeló contra la máxima profesional de que el motivo de los problemas de los pacientes residía en sus conflictos internos y en sus fantasías subconscientes. Bowlby insistía en que los problemas eran principalmente exteriores, radicados en relaciones reales con personas reales. Empezó a creer que las relaciones fallidas con los progenitores no les habían dejado más que unas alternativas escasas y negativas para hacer frente a las necesidades y sentimientos básicos. Su idea básica es que la calidad de la conexión con los seres queridos y la privación emocional en los primeros años es clave para el desarrollo de la personalidad y para el modo habitual de comunicarse el individuo con otros. Destacó que «detrás de la máscara de la indiferencia hay una inmensa tristeza y detrás de la aparente dureza, desesperanza». Los jóvenes pupilos de Bowlby se hallaban paralizados por la actitud: «Nunca más me volverán a hacer daño» y atrapados en la desesperación y la rabia.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la Organización Mundial de la Salud pidió a Bowlby que hiciera un estudio sobre los niños europeos que habían quedado huérfanos y sin hogar a causa del conflicto. Sus descubrimientos confirmaron lo que él pensaba sobre la existencia real de la inanición emocional y su convencimiento de que el contacto afectivo es tan importante como la nutrición física. Bowlby llegó a la conclusión de que tener a los seres queridos cerca es una maravillosa técnica de supervivencia que la evolución ha incorporado a nuestro organismo.
La teoría de Bowlby fue radical y ruidosamente rechazada. La sabiduría convencional sostenía que los mimos de las madres y de otros miembros de la familia creaban niños pegajosos y excesivamente dependientes que al crecer se convertían en adultos incompetentes. La forma correcta de criar a los niños era mantener una distancia racional y antiséptica. En 1951 Bowlby y un joven trabajador social, James Robertson, hicieron una película en la que mostraban gráficamente las protestas, el terror y el desaliento de una niña pequeña a la que dejan sola en el hospital, con la esperanza de que los médicos comprendieran el estrés de la criatura al verse separada de sus seres queridos y su necesidad de conexión y consuelo. Bowlby necesitaba encontrar otro medio para demostrar al mundo lo que sabía en el fondo de su corazón. Una investigadora canadiense, Mary Ainsworth, que empezó a trabajar como su ayudante, le enseñó cómo hacerlo. Concibió un experimento muy sencillo para estudiar los cuatro comportamientos que Bowlby y ella consideraban básicos para el apego:
- controlamos y mantenemos la proximidad emocional y física con nuestro ser querido;
- buscamos a esa persona cuando nos sentimos inseguros, agobiados o bajos de ánimos;
- extrañamos a esa persona cuando estamos lejos de ella;
- contamos con que esa persona esté a nuestro lado cuando salimos a explorar el mundo exterior.
Llamaron al experimento «la Situación Extraña», y ha dado lugar literalmente a miles de estudios científicos y revolucionado la psicología del desarrollo. Un investigador invita a una madre y a su hijo a entrar en una habitación que les es desconocida. Al cabo de unos minutos, la madre sale de la habitación y deja al niño a solas con el investigador, que intenta ofrecerle el consuelo que necesita. Tres minutos después, la madre regresa. Una vez más, se repiten la separación y la reunión. La mayoría de los niños se ponen ansiosos cuando se van sus madres; se agitan, lloran, tiran los juguetes. Pero algunos demuestran ser emocionalmente más resistentes. Se tranquilizan por sí mismos rápida y eficazmente, vuelven a conectar con sus madres cuando estas regresan y recuperan de inmediato sus juegos mientras comprueban para asegurarse que sus madres siguen por allí. Parecen tener confianza en que su madre estará a su lado si la necesitan. Sin embargo, los pequeños menos resistentes se muestran nerviosos y agresivos o fríos y distantes cuando regresan sus madres. Los niños que se tranquilizan con facilidad suelen tener mamás más amorosas y sensibles, mientras que las mamás de los niños furiosos tienen comportamientos impredecibles y las mamás de los distantes son más frías e indiferentes.
La teoría de Bowlby ganó todavía mayor reconocimiento unos años más tarde, cuando hizo pública su famosa trilogía del apego humano, la separación y la pérdida. Su colega Harry Harlow, un psicólogo de la Universidad de Wisconsin, también consideró lo que él denominó «consuelo del contacto» con un informe sobre un dramático experimento realizado por él mismo con monos jóvenes separados de sus madres al nacer. Descubrió que las crías aisladas estaban tan necesitadas de conexión que, cuando se les daba la oportunidad de elegir entre una «mamá» hecha de alambre que les daba comida o una mamá de tejido blando sin comida, en casi todas las ocasiones elegían la mullida madre de trapo. En general, los experimentos de Harlow demostraron la toxicidad del aislamiento en las primeras fases de la vida: crías de primate físicamente sanas que eran separadas de sus madres durante el primer año de vida se convertían, al crecer, en adultos incapacitados. Los monos no lograban desarrollar la habilidad necesaria para resolver problemas o entender las claves sociales de otros. Se volvían depresivos, autodestructivos e incapaces de aparearse.
La teoría del apego, ridiculizada y despreciada al principio, revolucionó finalmente los métodos de educación de los niños en América del Norte. Hoy está ampliamente aceptado que los niños tienen una necesidad perentoria de seguridad, proximidad física y emocional continuadas, y que ignorarlo tiene un elevado precio.
El amor y los adultos
Bowlby ya había defendido que los adultos tienen la misma necesidad de apego y que dicha necesidad es la fuerza que da forma a las relaciones entre adultos. Lo más importante es que la visión del amor desde la perspectiva del apego era, y tal vez siga siendo, radicalmente opuesta a las ideas sociales y psicológicas que sobre la edad adulta tiene establecidas nuestra cultura: que la madurez significa ser independiente y autosuficiente. Los psicólogos usan palabras como indiferenciado, codependiente, simbiótico o incluso fusionado para describir a las personas que parecen incapaces de ser autosuficientes o de imponerse asertivamente a los demás. En contraste, Bowlby hablaba de «dependencia efectiva» y de que ser capaz, «de la cuna a la tumba», de recurrir a otros para pedir apoyo emocional es una señal y fuente de fortaleza.
Las investigaciones para entender el apego adulto empezaron poco después de la muerte de Bowlby (1990). Los psicólogos sociales Phil Shaver y Cindy Hazan, entonces en la Universidad de Denver, decidieron preguntar a hombres y mujeres sobre sus relaciones amorosas para comprobar si también ellos mostraban reacciones y pautas idénticas a las de madres e hijos. En sus respuestas, los adultos hablaban de necesitar la proximidad emocional con sus parejas, de querer estar seguros de que su pareja va a responder cuando se sientan alterados, de sentirse angustiados cuando se encontraban separados y alejados de sus seres queridos y de sentir una mayor confianza para explorar el mundo cuando sabían que su pareja les respaldaba. También señalaban diferentes maneras de comportarse con sus parejas. Cuando se sentían seguros con su pareja, podían buscarla y conectar fácilmente; cuando se sentían inseguros, bien se ponían nerviosos, furiosos y controladores, o evitaban el contacto totalmente y se mantenían a distancia. Exactamente lo que Bowlby y Ainsworth habían visto entre madres e hijos. Cientos de estudios validaban las predicciones de Bowlby sobre el apego adulto. La conclusión general: una sensación de conexión segura entre las parejas es clave para unas relaciones amorosas positivas y una inagotable fuente de fuerza para los individuos en sus relaciones. Entre los hallazgos más relevantes:
- Cuando nos sentimos seguros en general, es decir, que estamos cómodos con la proximidad y confiamos en la dependencia de nuestros seres queridos, nos cuesta menos buscar apoyo; y también darlo. En un estudio psicólogo a ochenta y tres parejas, las mujeres que dijeron de sí mismas en el cuestionario que se sentían seguras en su relación amorosa fueron capaces de comunicar abiertamente su incomodidad ante la prueba que se les proponía y de solicitar ayuda a sus parejas. Las mujeres que negaban en general sus necesidades de apego y evitaban la proximidad, se retraían más en estos momentos. Los hombres respondieron a sus parejas de dos maneras: si se describían a sí mismos como seguros en la relación, adoptaban una actitud todavía más protectora que habitualmente, tocando y sonriendo a sus parejas y ofreciéndoles apoyo; si habían admitido sentirse incómodos con las necesidades de apego, adoptaban una postura notablemente menos solidaria cuando sus parejas les comunicaban sus necesidades, quitando importancia al desasosiego de sus parejas, mostrando menos cariño y tocándolas menos.
- Cuando nos sentimos unidos a nuestra pareja por un vínculo seguro, nos es más fácil encajar los golpes que inevitablemente nos inflige y somos menos proclives a mostrarnos hostiles y agresivos si nos enfadamos con ella. En una serie de estudios aquellas personas que se sentían cercanas y podían confiar en sus parejas dieron muestras de sentir menos ira y de atribuir menos intención maliciosa a sus compañeros. Decían de sí mismos que expresaban la rabia de manera más controlada y expresaban objetivos más positivos, como resolver los problemas y reconectar con sus parejas.
- La conexión segura con un ser amado es empoderante. Cuando nos sentimos conectados con otros de forma segura nos entendemos mejor y nos gustamos más a nosotros mismos. Las personas con mayor seguridad eligieron características positivas. Y cuando se les preguntó por sus puntos flacos no tardaron mucho en decir que estaban lejos de sus propios ideales, pero que, aun así, se encontraban a gusto consigo mismos. Como había predicho Bowlby, los adultos con vínculos seguros eran más curiosos y más abiertos a información nueva. La apertura a nuevas experiencias y la flexibilidad de pensamiento parecen ser más fáciles cuando nos sentimos seguros y conectados con los demás. La curiosidad surge de la sensación de seguridad; la inflexibilidad, nace de permanecer vigilantes a las amenazas.
- Cuanto más podamos recurrir a nuestro compañero, más autónomos e independientes podremos ser. Aquellos que consideraban que sus parejas aceptaban sus necesidades tenían más confianza a la hora de resolver problemas por sí mismos y era más probable que lograran con éxito sus propios objetivos.
Un aluvión de pruebas
Construir lazos íntimos. La ciencia en todas sus ramas nos está diciendo muy claramente que no solo somos animales sociales, sino animales que necesitan un tipo de conexión íntima especial con los demás, y si lo negamos, nos ponemos en peligro. Los historiadores observaron que en los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial la unidad de supervivencia era el par, no el individuo solitario. También se sabe desde hace mucho tiempo que los hombres y las mujeres casados viven, por lo general, más que sus semejantes solteros.
Tener lazos íntimos con otros es vital para todos los aspectos de la salud, tanto mental como emocional y física. La soledad aumenta la presión sanguínea hasta el punto de duplicar el riesgo de tener un ataque al corazón. El aislamiento emocional es un riesgo mayor para la salud que fumar o la tensión alta. Tal vez estos hallazgos reflejen un antiguo dicho: «El sufrimiento es inevitable; sufrir a solas es insoportable».
Relaciones de calidad. Pero no se trata solo de que tengamos relaciones de cercanía en nuestras vidas; la calidad de estas también es importante. Las relaciones negativas socavan nuestra salud. En una investigación preguntaron a hombres con un historial de angina de pecho y tensión sanguínea alta: «¿Su mujer le demuestra su amor?». Los que respondieron que no, sufrieron casi el doble de episodios de angina durante los cinco años siguientes que aquellos que habían respondido que sí. Los corazones de las mujeres también se ven afectados. Las mujeres que consideran sus matrimonios problemáticos y que tienen regularmente confrontaciones hostiles con sus parejas tienen más posibilidades de que sus niveles de tensión sanguínea sean considerablemente altos y de tener más hormonas del estrés que las mujeres con matrimonios felices. Otro estudio descubrió que las mujeres que habían tenido un ataque al corazón tripiclaban el riesgo de tener otro si su matrimonio era conflictivo. Las conclusiones de los científicos dicen que la fuerza del corazón de las personas no se puede separar de la fuerza de sus relaciones amorosas. El malestar en una pareja afecta de manera adversa a nuestros sistemas inmunológicos y hormonales, y hasta a nuestra capacidad de sanar. En un fascinante experimento se encontró que cuanto más belicosos y desdeñosos eran los integrantes de la pareja, más subían los niveles de hormonas del estrés y más deprimido estaba el sistema inmune. Los efectos se mantenían a lo largo de veinticuatro horas.
La calidad de nuestras relaciones amorosas es también un factor importante en nuestra salud mental y emocional. En nuestras sociedades más ricas sufrimos una epidemia de ansiedad y depresión. El conflicto y la crítica hostil de nuestros seres queridos aumentan las dudas sobre nosotros mismos y crean una sensación de indefensión, que son desencadenantes típicos de la depresión. Necesitamos que las personas que amamos nos den su apoyo. ¡Los investigadores dicen que los problemas dentro del matrimonio multiplican el peligro de depresión por diez! Esas son las malas noticias.
Pero también hay noticias buenas. Cientos de estudios demuestran que las conexiones amorosas positivas con los demás nos protegen del estrés y nos ayudan a defendernos mejor de los desafíos y los traumas de la vida. Investigadores israelíes aseguran que las parejas con un apego emocional seguro son mucho más capaces de enfrentarse a peligros como los ataques de los misiles que otras parejas desconectadas. Sufren de mucha menos ansiedad y tienen menos problemas físicos después de los ataques. Simplemente agarrar la mano de una pareja amorosa puede afectarnos profundamente, calmando literalmente las neuronas inquietas del cerebro. Cuando sus parejas les sostenían la mano, las pacientes registraron un estrés menor. El contacto con una pareja amorosa actúa literalmente como amortiguador contra la conmoción, el estrés y el dolor.
Las personas que amamos, son los reguladores ocultos de nuestros procesos corporales y de nuestras vidas emocionales. Cuando el amor no funciona, nos duele. De hecho, la frase «herir los sentimientos» es una expresión muy acertada. Los estudios con imágenes cerebrales muestran que el rechazo y la exclusión disparan los mismos circuitos en las mismas zonas del cerebro, el cíngulo anterior, que el dolor físico. De hecho, esta parte del cerebro se activa cada vez que nos sentimos alejados emocionalmente de aquellos que nos son queridos.
Y cuando estamos cerca, nos abraza o hacemos el amor con nuestra pareja, nos inundan las «hormonas de la felicidad», la oxitocina y la vasopresina. Estas hormonas activan, al parecer, los centros de «gratificación» del cerebro, inundándonos de productos químicos que producen calma y felicidad, como la dopamina, y reduciendo las hormonas del estrés, como el cortisol.
Hemos llegado muy lejos en nuestra comprensión del amor y su importancia. En 1939 las mujeres situaban en quinto puesto el amor como factor a la hora de elegir pareja. Al llegar la década de 1990, había alcanzado la cabeza de la lista tanto para las mujeres como para los hombres. Y los universitarios de ahora dicen que su expectativa principal en el matrimonio es «la seguridad emocional».
El amor no es la guinda del pastel de la vida. Es una necesidad primaria y básica, como el oxígeno o el agua.
Fuente: Sue JOHNSON, Abrázame fuerte. (Intorducción y cap 1: extractos)
(*) S. Johnson (19 de diciembre de 1947 - 23 de abril de 2024) fue una psicóloga clínica, terapeuta de parejas y autora británica que vivió y trabajó en Canadá. Es conocida por su trabajo en el campo de la psicología sobre los vínculos humanos, la teoría del apego y las relaciones románticas. Fundó el Centro Internacional para la Excelencia en Terapia Centrada en las Emociones, que ofrece formación en EFT a profesionales de la salud mental. Johnson es autor de varios libros para terapeutas (incluidos manuales de tratamiento EFT) y para el público general.
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